lunes, 31 de enero de 2011

Kapanga: El Mono lo viste de seda

En Quilmes casi todos conocen al cantante de Kapanga, y la mayoría comparte alguna anécdota con él.  Hace más de quince años que es un trabajador del rock, y, por más que pueda, se niega a vivir como una estrella.



Un cigarrillo armado emana un humo bien blanco con olor fuerte y algo dulzón mientras se consume entre los labios de Martín “Mono” Fabio, el cantante de Kapanga. Sus ojos están cada vez más entornados, al punto de parecer que no me mira sino que sospecha de mí, y lentamente su sonrisa va ganando terreno sobre sus mejillas. Una pitada más y, luego de retener el humo en el pecho unos segundos, asegura: “Nosotros estamos bien acá. Podríamos estar en otro lado, con más comodidades, pero tenemos este estilo de manejarnos”, haciendo referencia al quincho que ocupan desde los comienzos de aquel primer grupo de 1989, Kapanga y sus Yacarés, que luego de una separación se reunió en 1995, pero aquella vez como lo conocemos actualmente: Kapanga.

En la parte de adelante viven los padres de Balde, compositor y ex bajista de la banda, en una casa de una planta ubicada a dos cuadras de la estación de tren Don Bosco, en Quilmes, con paredes beige y un portón negro en un costado que, luego de atravesar un pequeño patio, desemboca en lo que el Mono llama la base de operaciones ya que desde ahí el grupo sale de gira, guarda los equipos, ensaya y maneja los contratos.

Sobre una mesa ratona hay un paquete de facturas, una botella de gaseosa y unos vasos descartables. Las paredes están adornadas con posters de Kapanga y dibujos infantiles. En una mesa que está contra un costado del cuarto hay dos computadoras, un cenicero repleto de colillas y unas tazas sucias. De fondo se escucha al resto de la banda distenderse mientras tocan “Beautiful day”, de U2, y el anfitrión me ofrece ir a sentarnos afuera mientras el sol empieza a desaparecer.

El Mono agarra dos sillas y las acomoda junto a la ventana, se sienta y luego de reflexionar un poco contradice lo que había dicho hace un rato: “Tener nuestro propio estudio es uno de los pasos a seguir. Tenemos la salita de ensayo, está bien, pero no nos da si queremos grabar canciones para presentar demos, esto es muy básico. Estaría bueno dar ese paso y tener nuestro lugarcito”. Aunque tiene en claro que el lugar no le da el profesionalismo, sabe que si la banda no lo hace ahora no lo va a hacer nunca. El mismo concepto tuvieron para las grabaciones de los discos, el primero se grabó en el estudio SONAR de Valentín Alsina y después intentaron grabar en los mejores lugares de la Argentina. Quisieron tener la experiencia de sentarse a tocar donde lo hicieron los más grandes, como GIT, Fito Páez, Divididos y Los Redondos, entre otros. “Fuimos a grabar al estudio Del Cielito y estaba el banco de la mítica imagen con el Indio Solari, la Negra Poly y Skay, y nos sacamos una foto, ¿viste?”, recuerda el cantante y lo compara con ir a Londres y no sacarse una foto en Abbey Road, cosa que ellos intentaron hacer cuando sacaron su segundo disco, “Un Asado en Abbey Road”, en 1999. Llamaron a la compañía y le dijeron que ya tenían el nombre del álbum y que querían ir a sacarse la foto de la tapa a Abbey Road, en Londres. “Vamos, nos sacamos la foto y volvemos. No pedimos ir al estudio a tocar ni nada”, propusieron los Kapanga, y la respuesta fue la lógica: “Ustedes están locos”.

Mientras Martín se acomoda en la silla rechaza un mate en un vaso de plástico que le ofreció Pitu, el asistente, y alega que ya tomó helado, Coca-Cola, facturas y pastelitos. “Estoy todo mal”, asegura mientras se frota con la mano la imagen de una virgen en la parte del abdomen de su remera que, como dice arriba del estampado, es un recuerdo de la villa. El Mono es cero religioso. “Sólo soy hincha del Gauchito Gil”, asegura, porque piensa que en algo hay que creer, confiar y aferrarse. Cada vez que sale a la ruta frena para agradecer y dejarle alguna ofrenda, ya es una costumbre. “No paramos una vez y se nos rompió el micro, no paramos otra y se nos pinchó una goma y empezamos a parar siempre. Me hice más devoto pero no soy fanático”.

Una de las cosas que más disfruta es estar en su casa, más que nada, en Quilmes. “Cuando hicimos la gira por Europa (en 2004) sufrí el desarraigo más allá de que la experiencia musical y de grupo fue impresionante. Yo estaba en Praga, hermoso, no lo podía creer, y cuando volvía al hotel moría por ir a dar una vuelta por el río de Quilmes, por comer una milanesa a la napolitana, un asado o estar con mi familia”. La última gira larga que hizo con Kapanga fue de treinta y cinco días en 2001, después fueron entre quince días y tres semanas.
           
“Cuando estoy en mi casa tengo la suerte de que sigo siendo Martín, entonces es como la ecualización justa. Yo con Kapanga estoy trescientos días al año y por eso no me llevo laburo a casa”, dice y aclara que va todos los días que no está de gira a la sala a colaborar, a tirar ideas, pero cuando vuelve se saca el cassette, tira el celular a la pileta y trata de abstraerse y de que su familia no reciba el coletazo de que es una estrella de rock. 

Se considera muy básico: no navega en internet, nunca le interesó la lectura, y menos ahora que se tiene que acercar más las cosas a la cara. Cree que es porque nunca pudo lograr enfocarse en algo por mucho tiempo. “Debo tener un problema grande de concentración para los libros y esas cosas. Yo agarro y leo alguna revista que me llega a mi casa y la vuelvo a leer cinco meses después y para mí es como que si nunca la hubiese tocado”.

El barrio donde vive es tranquilo, más que nada de gente grande y trabajadora, y él está muy cómodo ahí. “Podría irme a vivir a un country, pero no me interesa. Disfruto de lo que tengo. Mis objetivos son básicos: tener una casa, que mi hijo tenga buena educación, tener un vehículo para movilizarme, una tele para ver y una pileta al fondo de mi casa. Yo no quiero vivir en un palacio, no me interesa la vida de estrella”, asegura.

A las siete de la tarde de un sábado, Pizza Factory, la empresa familiar en donde trabajó hasta que pudo empezar a vivir de la banda en 2003, después que editaron “Botánika”, está vacía. La madre del cantante entra y saluda a los dos cocineros y se acomoda detrás de la barra. A sus espaldas hay fotos de Kapanga, de su hijo con Maradona y Charly García, calcomanías y entradas para recitales. Casi todos los días, el Mono pasa por la pizzería cuando está por cerrar y lleva a su mamá hasta la casa, y, si bien hace varios años que no trabaja más ahí, si la madre le pide que le lleve algún encargo a algún lado, él lo hace. Aunque trata de evitarlo.

Kapanga cada día me da más vida”, asegura el Mono, que dejó el alcohol y la cocaína hace casi dieciocho años con ritual umbanda de por medio: una gallina degollada sobre su cabeza y dos palomas hervidas de cena bastaron para que nunca más reincida, y aunque sufre de tentaciones lógicas asegura que cada vez son menos.

Un poco más serio, reflexiona sobre el tema: “Yo abro los ojos todas las mañanas y agradezco estar vivo, poder mirar a mi hijo a los ojos, poder seguir cantando con mi banda y seguir haciendo cosas que veinte años atrás hubieran sido imposible”, y sueña con retirarse, más de grande, a un lugar que tiene su mujer en San Marcos Sierra, en Córdoba, cuando termine Kapanga, pero  al instante se arrepiente: “No sé, por ahí no. Quilmes es mi casa, es mi lugar en el mundo”.           

***Nota publicada en el portal EL ACOPLE www.elacople.com***

martes, 25 de enero de 2011

Subibaja de emociones

MGMT se presentó este fin de semana en Mar del Plata y deleitó a miles de fanáticos y curiosos que se acercaron a ver el show.




“¡Esto no es un recital de Los Piojos, flaco!”, le gritó un muchacho del público a otro que pasó corriendo y empujando a la gente; y tenía razón, se trataba de MGMT. Más de 40mil personas se acercaron al parador Mute, al sur de Mar del Plata, para presenciar uno de los eventos más promocionados del verano.
Una vez que pasaron cuarenta minutos de las seis de la tarde, la banda Neoyorquina pisó el escenario y, tras un escueto “Hola” de Andrew, el dúo devenido en quinteto arrancó con uno de los puntos más altos de la tarde: “Time to pretend”. Como en  todos los recitales, el olor a la chaqueta de Otto en la atmosfera incrementaba la paz de los espectadores que movían levemente los hombros hacia delante y hacia atrás al ritmo de las melodías psicodélicas de la banda, y levantaban sus manos delante de sus ojos para protegerse del sol que descendía detrás del escenario.
“Bitches on the Beach”, bromeó el cantante haciendo un juego de palabras en inglés que significa “Perras en la playa”, y se mostró muy a gusto con el público argentino. (Lógicamente no faltó el típico cantito por parte de los espectadores: “Oleeee ole ole oleeeee, em shiiiiii em tiiii”).
Como suele suceder en este tipo de espectáculos, es mayor el porcentaje de curiosos que de fanáticos, y eso se notó a medida que avanzó el show y se hizo más latente la fase experimental y difusa del grupo. Muchas personas comenzaron a retirarse, y otras desviaron su atención hacia un helicóptero amarillo que quedaba suspendido en el aire sacando fotos y filmando muy cerca de la masa de gente que miraba el recital.
Más allá de algún que otro problema con el audio por tratarse de un show al aire libre y al costado del mar, la banda sonó muy bien. El repertorio estuvo dividido casi en partes iguales entre su primer disco, Oracular Spectacular (2008), y el segundo, Congratulations (2010).
Cuando ya se aproximaba el final, los músicos dejaron de lado los instrumentos para darle lugar a las pistas de “Kids”, su mayor hit hasta el momento, y ahí sí: No hubo distinción entre curiosos y fanáticos y todos se levantaron y empezaron a moverse al son del tan pegadizo riff del sintetizador.
Hubiese sido grandioso que el show finalizase así, con toda la playa saltando y bailando mientras el sol terminaba de desaparecer detrás del escenario, pero no hubiese sido digno de MGMT, que siempre se encargó, tanto con sus discos como en el show, de bajar todo lo que ellos mismos hicieron subir. Y así fue, un final desprolijo y borroso con dos canciones de su última producción, “Brian Eno” y “Congratulations”, mientras Andrew tiraba flores al público, halagaba a las chicas argentinas y pedía que la noche no terminase ahí.   

***Nota publicada en el portal EL ACOPLE www.elacople.com***


lunes, 17 de enero de 2011

Paul McCartney: Il morto qui canta

Live and Let Die –vive y deja morir– pedía Paul McCartney junto a los Wings en los años 70´s. Precisamente morir fue lo que no lo dejaron hacer sus compañeros de banda, The Beatles, según el rumor que comenzó a circular a fines de la década del `60.
En octubre de 1969, un oyente anónimo llamó a la emisora radial WKNR-FM, en Michigan, y le contó al DJ Russ Gibb que Paul estaba muerto. Le sugirió al DJ que reprodujese Revolution 9 al revés y Gibb creyó escuchar “Turn me on, dead man” (revíveme, hombre muerto).
Muchas personas aseguran que Paul McCartney murió hace más de cuarenta años. La versión que tomó más fuerza sobre el fallecimiento del bajista cuenta que murió en un accidente automovilístico el 9 de noviembre de 1966, a las 5 de la mañana, luego de una sesión de grabación para el disco Sgt´s Peppers lonley Hearts Club Band –editado en junio de 1967–. Paul manejó su auto a alta velocidad, se pasó un semáforo en rojo y chocó contra una columna de iluminación o un camión (este es uno de los datos que nunca pudieron precisar). Según los fieles seguidores de esta historia, el accidente de Paul consta en los registros de la policía como que murieron dos personas, una de ellas decapitada y con su cara imposible de reconocer.  
John Lennon, George Harrison y Ringo Star, presionados por la discográfica y los productores, quienes les aseguraban que el grupo estaba en pleno ascenso y la noticia de la muerte de Paul haría desaparecer la banda, aceptaron la propuesta de hacer un concurso para encontrar al doble de McCartney. Si bien este evento no tuvo un ganador oficial, William Shears Campbell, un policía canadiense, tuvo un premio aún mayor: Reemplazar a Paul MacCartney luego de su supuesta muerte.  
Según los creyentes de esta historia, el grupo dejó varias claves en las portadas de sus álbumes y en sus canciones. Dos estudiantes de la Universidad de Michigan publicaron un informe con una revisión detallada de la tapa de Abbey Road donde encontraron algunas supuestas pistas sobre la muerte de Paul. Los cuatro integrantes cruzando la calle figuraban un entierro. En primer lugar, John vestido de blanco asume el rol de sacerdote; Ringo, vestido de negro interpreta el luto en un velorio; último de todos, George, vestido con ropa de trabajo pretende ser el enterrador y Paul, descalzo, como suelen estar los cadáveres cuando son velados. Además remarcaron que la patente del auto que está detrás de ellos dice LMW, Linda McCartney Weeps (Linda MacCartney llora), y debajo IF28, 28 años hubiese tenido Paul si hubiese estado vivo cuando salió Abbey Road, en 1969.


Las pistas y los presagios alrededor de este mito siguieron apareciendo. Algunas creíbles y otras un tanto tiradas de los pelos. Tal es así que muchos relacionan algunos versos de canciones del cuarteto de Liverpool con el accidente. Un ejemplo de esto es la frase “He didn't notice that the lights had changed”, (El no se percató de que luces habían cambiado) del tema A Day in the Life. Otra que se nombró en torno al mito fue la frase de la canción Lady Madonna, “Wednesday morning papers didn't come” (Los periódicos del miércoles por la mañana no han venido) haciendo una supuesta alusión a que los diarios del día siguiente no aparecieron porque la noticia fue ocultada.  Incluso los mismos Beatles hicieron chistes y referencias sobre el tema. Una vez que se separó la banda, Lennon compuso la canción How do You Sleep?, editada en el álbum Imagine en 1971, que decía "Those freaks was right when they said you were dead" (Esos payasos tenían razón cuando dijeron que habías muerto) y varios años más tarde, el ex bajista beatle editó el álbum Paul is Live! con una portada similar al disco Abbey Road pero esta vez la patente del auto que estaba detrás decía 51IS, la edad que tenía McCartney cuando salió a la venta el disco, en 1993.
Otra pista: colocando un espejo en la mitad de la portada de Sgt Pepper puede leerse "I ONEI X HE  DIE"
Hoy, más de cuatro décadas después de que el mito comenzó a circular, Paul se encuentra oficialmente vivo. Las pistas, las claves, los libros editados y las fábulas que se formaron alrededor de esta historia sirven para alimentar a aquellos que tengan ganas de dejar volar su imaginación y creer en la fantasía de los grandes mitos del rock.
*** Nota publicada en la revista virtual SANTUARIOCK www.santuariock.com.ar***